Robert Walser es el escritor de la diferencia, de lo extraño, de lo inesperado. La pureza de su mirada, no exenta de sentido crítico, cohabita milagrosamente en sus textos con la ironía más exacerbada, con un humor casi incomprensible que nos arrebata. Walser es también el escritor de la duda; tan pronto el mundo de los objetos, de los acontecimientos se traduce en palabras, el escritor parece someterlos al foco de una lente que las palabras no pueden resistir.
Walser duda incluso de su propia pluma, de las palabras que acaba de escribir y que a renglón seguido parece querer borrar; como el zarpazo que recorre el camino de una caricia recién esbozada. Su prosa se desborda y de pronto se para en seco. Es el freno de la risa que parece clausurar cada una de sus incursiones mundanas. El final de su vida parece latir en cada uno de sus libros, su manera de desentenderse de cualquier forma de poder, de desdibujarse en la nieve que tanto amó.